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Creemos por defecto que doctrinas políticas como el Fascismo o el Comunismo son de natural antagónicas, y erramos de pleno. Nótese el “por defecto”, y se entenderá mejor mi aseveración.

Solo necesitamos repasar las características de una y otra propuesta de poder para percatarnos de que en esencia se nutren de los mismos principios y deseos: el control absoluto de la ciudadanía por parte del Estado, mediante masajito de lomo a aquellas con conceptos rosas como «bienestar general», «justicia», o «reparto equitativo». Milongas al fin y al cabo del poder en tanto que tal, también hecho de la misma pasta y salido del mismo molde, aun con pomposos títulos que obnubilan la mente y relajan el espíritu.

Al principio me hizo cierta gracia que la gente autodenominada «de izquierdas» tildase de fascista al [supuestamente] contrario ideológico, entiéndase «de derechas». Pero mi ronsira inicial fue tornándose en mueca al comprobar que el epíteto fascista empezó a servir no ya para identificar y nominar a ese tal enemigo, sino para estigmatizar a todo aquel disidente en cualquier cosa, ya fuera importante o secundaria. Y la mueca se volvió agria cuando la evidencia me mostró, por un lado, que la masa en general les compraba la mercancía averiada, y por otro, que hasta las formaciones políticas liberales agachaban la testuz ante el temor de ser tildadas de fascistas. Y es en este punto cuando necesito expresarme en público, no tanto para poner las cosas en su sitio cuanto para desahogarme y dormir así algo más tranquilo, vomitado lo obvio.

Pues sí, resulta que el Comunismo/Socialismo hunde sus pezuñas en el mismo lodo que el Fascismo/Nacionalsocialismo. Los sátrapas de uno y otro bando quieren quedarse con todo, y comenzar amaestrando las mentes de los propietarios parece lo más lógico, desde la perversión que el empeño supone. Los hijos ya no serán de los padres sino del Estado. Las propiedades privadas serán colectivizadas en mayor o menor medida, pero siempre con el Estado como tutor y garante de la operación. Las ideas ya no serán de cada cual sino del caudillo, y a través de ellas verá el Pueblo su Paraíso regalado sin haberlo pedido, que para eso el líder es visionario y fue elegido por un Poder Superior para dirigir los pasos de la gente hacia el escenario soñado desde antaño. Si millones mueren de hambre (siempre la prole, nunca el grupo gestor), es que algo falló, y habrá que experimentarlo con nuevos cuerpos. Si la economía hace aguas, es el enemigo capitalista quien carga la culpa, por imponer vetos comerciales al contrario. Si el jefe y su camarilla pasa a cuchillo a toda la disidencia, es por el bien del Partido, que es tanto como decir que es por el bien del Pueblo. La gente lo entiende, y se presta al nuevo intento, señala al enemigo, aplaude la purga. La sangre no es tal, sino savia nueva. La inanición se cura con nuevos alimentos. La cuentas que no acaban de cuadrar necesitan un nuevo contable, y siempre queda la tortura de los números, que siempre se llamó «mentira».

Entonces, ¿acaso no hay diferencia alguna entre el Fascismo y Comunismo? La hay, desde luego, pero siendo importante no es esencial. Así, mientras el Fascismo focaliza su doctrina en el nacionalismo (la exaltación moral y escenográfica del volk), el Comunismo lo hace a través del internacionalismo (la experiencia propia ha de extenderse al mundo entero). Vemos por tanto que a fin de cuentas nacionalismos son ambos, como lo corroboran sus respectivas etiquetas. El primero se cierra en sí mismo para [supuestamente] protegerse de lo extranjero y poder controlar lo interno con mayor facilidad, mientras que el segundo tiene siempre por objetivo expandir el experimento al mundo todo, por desastroso que haya resultado dentro, también teniendo por objetivo el control del Pueblo. ¡Hasta en esto se nos muestran como dos gotas de agua!

Pensemos por un momento ―quizá necesitemos varios― que si tan fácil nos resulta identificar al enemigo y adosarle la etiqueta estigmatizadora, es que algo no funciona como debiera. Porque las cosas no pueden ser tan simples. Todo lo que no es negro no ha de ser necesariamente blanco, y de hecho lo más probable es que sea alguno de los infinitos matices cromáticos que existen, cierto es que entre ellos el blanco. Dicen que los extremos se tocan, y en esto de los idearios políticos se tocan hasta restregarse como babosas. ¡Vaya que sí!

Siempre resulta conveniente sumergirse sin complejo, libres de todo prejuicio, en la biografía de muchos de los líderes fascistas y comunistas. Mussolini fue expulsado del PSI por extremista. Y el iconográfico Che apenas fue un trastornado asesino y homófobo que vio hecho realidad en La Cabaña su sueño húmedo. A pesar de ello, todavía puede verse su silueta en las manifestaciones del Orgullo, sin que a nadie le duelan los ojos ni aun las meninges. ¿Lenin sí y Hitler no? ¿Y eso? ¿Por qué exacta razón violetas para uno y cardos para otro? Que alguien me lo explique, y sin demora, porque a mi edad ya casi todo corre prisa.

Pues bien, si asumimos este galimatías como un problema, ¿cuál sería la solución? Considero que si acaso harta complicada, no es ciertamente imposible, y bien haremos para hallarla si nos miramos en el espejo. Cada uno de nosotros somos el problema, y en el mercurio del cristal está la solución: pensar por nuestra cuenta, sin tutores ideológicos ni líderes carismáticos. Nadie hay más carismático que yo mismo, que tú, que el otro. Para convicciones empaquetadas ya tengo al Führer de turno, al Duce correspondiente, con lo que falta por experimentar con uno mismo, por ver si acaso encontramos en nuestra cabecita algún tesoro que ni sospechábamos tan cerca del corazón.     

KEPA TAMAMES

Escritor

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