El pueblo catalán somos un pueblo curioso. Digo curioso para que nadie se enfade, pues curioso puede decir muchas cosas, e incluso puede sonar atractivo, pero lo cierto es que pretendo esconder la sensibilidad epidérmica que padecemos -pues Cataluña es el pueblo más sensible del universo- detrás de los que viven en la Luna que es mentirosa-, un hecho en el que sin duda somos los primeros, distanciados a la velocidad de la luz. Somos el pueblo más ridículo interplanetario que existe. A nivel terráqueo esto es indiscutible. Aunque estuviéramos cien años sin ejercer, seguiríamos liderando la clasificación de los ridículos recalcitrantes.
Si alguien duda al respecto, será por efectos adversos de la filosofía a la que estamos también muy adheridos socialmente como buenos despistados. El pueblo catalán es muy despistado. Solemos perder las llaves de nuestros asuntos con mucha facilidad.
¿Cuántas veces hemos oído eso de que España nos roba? Esto es absolutamente falso, créeme, amigo mío, una mentira de la que nos hemos autoconvencido dada la característica que nos define, la de que somos un pueblo curioso, en el sentido extravagante, pero recordemos que estamos utilizando un subterfugio, ya que lo que somos es una sociedad de hombres y mujeres ridículos y, por si fuera poco, estamos conjurados a persistir. No hace falta darle vueltas. Cataluña es un territorio poblado por gilipollas, no me lo tenga en cuenta, yo el primero delante para que nadie ni el burro se espante. España -no nosotros, aquí nosotros no somos España ni nadie-, ¡el Estado, eso!, ¡el Estado! -no el gobierno, que éstos son sólo funcionarios fijos discontinuos-, ese Estado que supuestamente nos roba, nos roba dicen, 20.000 millones de euros de alta gama al año, todos y cada uno de los años, pobrecitos de nosotros, uno detrás del otro. Unos billetes de los que desconocemos los dibujitos y el color de fábrica. No, España no nos atraca. Escuche!, ¡un atraco es cuando te roban pistola en mano!, ¡hay que aclarar esto, damas y caballeros!. Un atraco es cuando te amenazan con "¡la bolsa o la vida!", y, a veces resulta que te encuentras con un disparo o te mueres del susto, o, a resultas, pierdes la bolsa y la vida, ambas cosas. Esto sí que sería un atraco. Pero España, nuestra querida vecina, la vecina amable, no hace esto, en modo alguno. ¡Y no!, ¡es no!. No, España no nos ventila toda esta pasta (que es mucha pasta), ¡que no!, ¡que no!, ¡no nos engañemos!. Aunque a veces desaparece incluso más de lo que tenemos. ¡Así estamos!. Nosotros nos decimos a nosotros mismos -pues somos también un pueblo reflexivo-, y está claro que ellos también se lo dicen a sí mismos, y urbi et orbi lo dicen desde el balcón de la plaza, lo extienden como la ropa al sol, que "escuchen, que lo que ustedes pagan lo hacen en nombre de la solidaridad entre todos los españoles!, de la apostólica solidaridad humana!. ¿Quién es aquí el listo?
Lo que nadie dice es que, de lo contrario “les enviaremos la caballería con trompetas y tambores”. E incluso ese silencio amenazante de esa música lejana, todos acojonados, otra característica catalana. Pues mire, sí, envíenos por favor al séptimo de caballería, porque al menos entonces sería un atraco como Dios manda y nosotros no seríamos, como somos ahora, unos gilipollas. Solidarios sí que lo somos, ¡y filósofos!, pero unos filósofos solidarios gilipollas. Que ustedes sin Cataluña, desaparecerían del mapa, eso ya lo sabemos, pero por lo menos, por favor, tengan la bondad de atracarnos como manda el diccionario, no sean tan amables, porque estas de ahora no son maneras, y encima quedamos como unos imbéciles, o más de lo que somos. Además, si ustedes nos atracan bien, como es debido, nos trataremos con franqueza y les quedaremos muy agradecidos. Lo peor, ya lo entendemos, es que quedarían ustedes en mal sitio, entonces sí, entonces quedarían retratados ante todo el firmamento del que ya hemos hablado, del mundo, sin esconderse en esas confusiones planetarias que tanto les gustan y les resuelven las sumas y las restas nacionales, las suyas, las de ustedes.
De paso, y esto es bueno como la luz del día para la clorofila, quedarían como lo que son, lo que todos sabemos y ustedes mejor que nadie. No haría falta pues que se pusieran un antifaz porque ya nos conocemos como ocurre con los buenos vecinos. Ya sería hora de que Cataluña se confesara a sí misma que es ella quien regala voluntariamente cada año esta fortuna, y que lo hace de gracia y por amor de Dios, y lo hace porque somos una sociedad de gente muy curiosa y sólo por eso.
Si pasara así, seguramente seguiríamos siendo un pueblo tonto, pero por lo menos no seríamos los más tontos del pueblo. Y, por favor, no insistan en mejorar el autogobierno, esa cosa que nos han puesto, corregir lo otro, ni mejorarnos un estatuto que arregle este desaguisado, ni nada de estas historias, que ya nos conocemos. Ustedes nos atracan bien, y tan amigos.
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